Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

19 mar 2015

LA VETERINARIA FRUSTRADA




Sintió en sus entrañas desbaratadas, mientras hacia las prácticas de estudiante de veterinaria, resquemor por haber caído en la ignominia, al negarse a ejecutar cierta tropelía, desde su punto de vista... una intervención animal. Fue por una negligencia no médica pero de cultivo ecológico, como todo, después  de llegar las minifaldas al país. Se dio cuenta de que diseccionar a una rana era imposible sin vómito a plazos y se vio obligada a cambiar de carrera. Se pasó a las letras. Ya había llegado hasta la zeta casi, cuando divisó un ovni o dos, una madrugada, desde la casa de campo de su abuela o eso contó.

-Esta niña está insoportable desde que ha tenido que abandonar los estudios a su libre albedrío… Yo no sé si vamos a tener que llevarla a ver Pocahontas o alguno de esos filmes de animación, para que se evada un poco de la realidad subyacente.
-No sé qué decirte, Felisa… dejemos que pase un tiempo prudencial, a ver si se le pasa el disgusto de trastocársele el futuro profesional. Sabe conducir… igual para taxista.
-De eso nada. Que tiene que aprender a vaciar los ceniceros del coche y todavía no fuma.
-Vaya, no había caído en eso… tienes razón. Vamos a tener que ir con ella al cine un día de estos… esos ovnis, sospecho que sólo están en su cabeza.
-La niña pide atención a gritos.
-¿Ah, sí?… pues no la he oído.
-Es un decir, Roberto. No hablo literalmente, por dios. Que cuando quieres lo pillas todo al vuelo… como la perrita del vecino, la Peggy, cuando va de caza pero cuando te da por salirte por la tangente… 
-¿Y cuando no quiero?
-Cuando no quieres… también, pero te haces el tonto o el sordo.
-La práctica… desde bien joven. Mira, ahí está la niña… ahora habla por el móvil con todas sus amigas y les está poniendo al día… huy… ha empezado a narrarles lo del ovni… verás… a no ser que sean muy comprensivas…nos la toman por pirada y le darán la espalda.
-Ella ya tiene la suya... ¿para qué quiere la espalda de nadie?
-¡Venga, devuélvemela!… ahora eres tú la que te vas por lo literal, sin moverte de la mecedora.
-Robertooo…. A veces me descompones… como un puzzle de mil piezas.

Al final, María Episcolabis, se dedicó a la coyuntura municipal y se pasó la vida echando monedas falsas en la máquina tragaperras del bar de su calle y echándose, a la par, más de algunos tragos de vino de la casa, malo para hartar y terminar en la UVI.
No se casó ni tuvo hijos hasta esa fecha. Cuando un día hacia repaso de su vida… algo insatisfecha, casi en la frontera de los tres y cinco, sin rima,… apareció un ovni, aterrizó sobre el tejado de su casa, salió un extraterrestre a sacudir el mantel de migas y se la llevó con ella. La abdujo y la sedujo a la par, para que le hiciera compañía en el planeta de la felicidad conquistada. Tuvieron tres hijos prematuros, como tres soles de vía láctea, lactantes de madre terrestre y padre sacudidor de manteles interplanetarios.
Nadie, ni sus padres, ya fallecidos hacía tiempo, volvieron a saber nada de María Episcolabis. ¡Qué bonito es el amor!

Ángel C. T. ©2015

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