En una sociedad como en la que vivimos hoy en día en la que cada individuo busca la satisfacción rápida, el refuerzo inmediato, a cada una de sus respuestas,
Facebook se ha convertido en el perfecto medio en donde esto se puede obtener fácilmente.
A diario se produce una auténtica competición, consciente o inconscientemente, por compartir algo que suscite más atención que lo compartido el día anterior y que provoque mayor interés que lo que comparte el resto, para obtener un número de “me gusta” superior.
Que crezca, día a día, la admiración por las aportaciones que hacemos, además del número de adeptos que forman nuestro séquito, es algo sumamente atractivo para el ego, un verdadero refuerzo para una conducta que terminará siendo adictiva si uno no toma la determinación de no dejar que esta vorágine le domine.
Este medio ofrece la oportunidad de brillar, de que aquél que no ha tenido cierta popularidad, alguna repercusión o éxito en su vida personal, social, profesional, etc., fuera de este mundo, la logre a través de él, por una u otra razón, de una manera relativamente fácil. Ya sea porque su aspecto físico resulte especialmente atractivo, por el contenido de sus publicaciones, díscolas, polémicas o controvertidas, por sus saludos o mensajes cariñosos o de índole muy personal y privada, generando así cierto morbo a otros por saber sobre la vida de alguien que, realmente, les interesa poco.
Cierto es que brinda una plataforma ideal a los artistas, escritores, poetas… en la que pueden dar a conocer sus obras públicamente. Utilizado sabiamente puede resultar una herramienta potente y muy útil pero no está exenta de peligro si no se sabe controlar. El precio que se puede pagar, a nivel personal, familiar y psicosocial, puede ser excesivo.
Si algo distingue al hombre del resto de los animales es su capacidad para aplazar la satisfacción. El saber esperar para lograr una recompensa a largo plazo es un rasgo que denota inteligencia. Las personas que son capaces de trabajar en algo para conseguir un resultado que se dará después de un período extenso de tiempo, renunciando, en pro de aquella meta, a lo altamente gratificante en un plazo breve de tiempo, son personas con más capacidad de autocontrol, algo que resulta muy práctico en cualquier aspecto de la vida. Esta facultad para aplazar la satisfacción se ve bastante mermada en este mundo virtual en el que todo es demasiado asequible para cualquiera; conseguir un "me gusta", un comentario agradable o una respuesta amable a un mensaje, suele ser algo constante y prácticamente inmediato.
Este estilo de vida nos esclaviza. Ya no nos sentamos a leer un libro de muchas páginas, ahora la lectura de una novela se hace larga y tediosa, por ello preferimos los microrrelatos. La música no se escucha, apenas comienzan a sonar unas notas se intuye o se recuerda lo ya escuchado alguna vez. No nos detenemos a contemplar una puesta de sol en silencio; sino es para hacer una fotografía y colgarla luego en nuestro muro de
facebook, ni a mirar a otra persona a los ojos y descubrirnos en el fondo de esa mirada; perdernos en su alma -ni más ni menos que gemela de la nuestra- con el mismo anhelo de atención y cariño, a sentir un poco de sosiego. No nos detenemos por nada.
Actualmente, tenemos cada vez menos tiempo para hacerlo. Vivimos deprisa, comemos deprisa, dormimos deprisa, hacemos el amor deprisa.... ¿Hacemos el amor? No, tampoco tenemos tiempo para hacer el amor, con amor. Nuestro cuerpo está en un lugar y nuestra mente dispersa tal vez en mil cosas, entre ellas, y con preponderancia, las exigencias sociales del facebook y nuestra autoexigencia respecto a él.
Vamos lanzados, a la velocidad del rayo, empujados por la inercia, sin encontrar un momento adecuado para pararnos. Y eso no seria ningún problema, si supiéramos adónde vamos, adónde queremos llegar, si es que hay algún sitio a dónde ir... Porque si no lo hay... si el único destino fuera el camino... entonces, piénsalo... ¿no te gustaría vivir a un ritmo más pausado, en sintonía con el de la naturaleza y disfrutar de cada instante, saboreando el momento presente?
No lo tenemos fácil, es verdad… con tantos medios de comunicación a nuestro alcance. Siempre estamos pendientes de algún dispositivo informático que hemos incorporado a nuestra vida cotidiana, llevándolo pegado al cuerpo como si se tratara de una prolongación de nuestro brazo, pitando, avisándonos constantemente de un mensaje nuevo, que nos ofrece esa satisfacción instantánea -que ya reclama nuestro potencialmente adicto cerebro- ese delirio de que alguien nos quiere o simplemente nos recuerda, de que somos importantes para otro ser humano -por el mero hecho de que nos ha dedicado un segundo- aunque sea en este extenso y loco mundo de redes sociales en las que estamos todos inmersos y yo diría más, atrapados, cuales ingenuos pececillos de un mar de temores y deseos.
Eres importante porque nunca jamás en toda la Historia de la Humanidad ha habido, ni habrá, otro ser humano como el que está leyendo esto. Nadie podrá ser la expresión viva de ti mismo mejor que tú. Y el tiempo que tienes en esta tierra es limitado, así que más te vale disfrutar de ello intensamente. Si esta razón no te resulta suficiente para que tu vida sea plena, entonces, ninguna otra te dará esa felicidad que tanto anhelas y buscas.
Disculpa mi rotundidad pero escribo esto tras mi propia experiencia en el mundo de las redes sociales, por si te sirviera para detenerte un momento a reflexionar. Ese momento del que nunca disponemos.
Gracias por tu interés. Te envío un abrazo sincero aunque sea virtual porque de esta manera seguro, seguro, que te llega.
Ángeles Córdoba Tordesillas ©
Nota:
Y mira que mi hijo me advertía de que no iba a saber usar estas redes... que son para "mayores de edad". Cuánta razón tenía...