Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

19 jun 2015

LOS TRASPIÉS DE ANDRÉS

Andrés, cada dos por tres daba un traspié. Y nada tenía que ver esto con que rimase con su nombre, aunque también, sino porque generalmente quedaba absorto en lo que hacían los otros.

-Hijo, ten cuidado con esa piedra que, a pesar de que seas animal, te has tropezado tres veces con ella en lo que va de día. Y veo que no aprendes ni a base de heridas en las rodillas.
-Es verdad mamá. Siempre he sido un chico reflexivo y observador, tú me lo has dicho, no sé porqué no me fijo más en estos elementos naturales que se ponen por medio. Voy a la deriva y con el barco de otro que es peor que mal. Y lo que antes era una piedrita, luego se convierte en una roca, siempre en mi contra, y termino contra las rocas. Veo la paja en el ojo ajeno y momentáneamente me ciega y no veo lo que se me viene encima, por delante, piedra, roca o lo que sea… Me choco como si fuera sin frenos y a lo loco.
-Lo sé. Y lo sé porque lo veo venir de lejos, como a los que vienen de las guerras en las películas tristes, pues soy tu madre y te enseñé a vestirte.
-Mamá, ya llevamos hablando un rato y no llegamos a conclusión alguna… ¿Qué final podríamos darle a este relato?
-Anda, ven para acá que te ate los cordones de los zapatos que te la vas a pegar otra vez, Andrés, y de frente.
-¡Voy! Entre unas cosas y otras… se me hace de larga la jornada con tanta caída que no sé cómo no termino con ganas de quedarme en la cama todos los días. Al final puede que, de los nervios, me dé un ataque de risa, ya verás.
-No protestes y aprende a mirar por donde pisas…y no lo que pisan los demás.

Ángeles Córdoba Tordesillas © 2014

4 comentarios:

  1. Qué grandes las mamás que siempre levantan a sus andreses, aunque caigan una y mil veces.

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    1. Sí, qué grandes esas madres que tienen esa visión aguda con la que ven venir de lejos los problemas de sus hijos, como los que vienen de las guerras en las películas tristes, y pueden, en ocasiones, alertarles.
      Gracias por tu comentario, Manolo.

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  2. Fátima Reyes Garcia21 de junio de 2015, 22:09

    Todos los hijos son un poco "Andrés"para sus madres, y todas andamos ojo avizor para intentar protegerlos, aunque al final se den el golpe...nosotras seguiremos ahi para curar heridas, me has hecho reflexionar, guapa...un muakiss.

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    1. Me alegro de ello, Fátima. Y también me alegra verte de nuevo pasear por esta nube.

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