Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

19 jul 2015

DE LA MAR EL MERO Y DE LA TIERRA EL CORDERO

Justo unos minutos antes de salir el barco… porque donde hay patrón no manda marinero… se encontraron dos amigos, por llamarlos de algún modo, preparados para hacer ese crucero por todo el Mediterráneo marítimo de costa a costa… Quedaron casi petrificados al verse las caras después de siglo y medio, como quien dice, de tener que sobrecogerse por las mañanas cuando se saludaban al salir de sus casas para ir, primero a los colegios, y después al trabajo. Es una forma, algo rebuscada, de explicar que fueron vecinos de niños hasta jóvenes, casi adultos. No se me ocurría otra… hoy tengo un día algo espeso, como cuando se calienta la sopa de arroz que sólo se quedan los granos y no hay quien se la coma.

Ahora, ya estaban entraditos en años y en el puerto, delante de este bello barco, cual calcomanía en carpeta infantil, preparado para zarpar al mundo de los sueños, Eugenio y Contemplativo no ocultaron sus fingidas alegrías. En realidad les daba lo mismo no haber vuelto a verse en mucho tiempo, o nunca más, las caras de pocos amigos que tenían-el primero tenía dos y el segundo uno, solamente-.

“Con la de gente que hay en el mundo mira que ir a encontrarme con éste. No se encuentra uno con Julio Iglesia, no…” Pensaron ambos de forma simultánea.

Eran parecidos hasta en las sombras. Dos siluetas malvas en vez de oscuras casi negras, como suele ser lo habitual, y algo difusas… Ningún facultativo supo nunca a qué podía deberse ese fenómeno “parodia-normal”. Y ellos más frescos que un par de langostinos congelados, tampoco se calentaron la cabeza por esto. Si alguien les preguntaba contestaban lo mismo… que así la tenía también otro que nació en su mismo barrio… que sería cosa de la situación local, ni más ni menos.

¿Cómo sospechar siquiera que aquellas vacaciones tan deseadas y necesarias, por ambas maridos, junto a sus esposas, iban a tener que compartirlas con una de las personas que peor les caía en el mundo, aunque cayera de pie? Y sus mujeres, en cambio, ya estaban de cháchara enloquecida; que si mira que bolso más mono traigo, que si me he comprado seis bikinis de ensueño para el crucero, y que traigo tres cargadores de móvil, por si me fallan dos, para poder hacernos todas las selfies que queramos en la cubierta del barco o con el capitán… En fin, habría que ver el menú de la cena que servirían. Ellos desganados ya, después del susto de encontrarse… y ellas, pues… ellas seguían a lo suyo.

Fueron sucediéndose los días, nadando en la piscina juntos, tomando el solecito durante las mañana... y así se iban remendando las horas navieras de manera monótona, dos suicidios a bordo y diez mareos, de mujeres y niños, con vómitos incluidos, -para ir resumiendo…- se podía decir que el balance fue positivo. En total, cinco nuevas parejas que se formaron, como en la teleserie americana, y dos ensaladillas rusas para internacionalizarse. De tortilla de patatas se quedaron solamente con las ganas. Los affaires descocados y flirteos emotivos,  y necesarios, que requiere cualquier crucero serio, les alcanzaron a nuestros protagonistas… Era normal, tampoco andaban muy lejos… allí en el mismo barco, camarote sí, camarote no, que si quedamos para el aperitivo o para ver el mar…-mira tú, dónde iban a ir que no se viera el mar… a todas horas, hasta la saciedad y con salpicaduras de olas a bordo, a troche y moche, cuando las había.

Que rugía el mar, decía Contemplativo… ya lo creo que ruge, coincidía Eugenio, pero porque no llevaba nunca mechero y el otro era el único que le podía dar fuego para fumar algo que no fueran esos cigarros simulados, que quitan las ganas pero no dañan la salud con nicotina. También los dos estaban pasando por ese difícil proceso de desengancharse del tabaco… y cuando caía algún pitillito no tenían más remedio que encontrarse en cubierta y ponerse al día de “nada”, que pasaba en sus vidas, porque compartían casi todo el tiempo, juntos, los dos matrimonios llevados a término por la iglesia. Hasta que se cruzaron los cables y los polos positivos y negativos se conectaron de forma equivocada… ¿o no? Dos bombas de relojería por el precio de una.

Terminaron el crucero amándose en barrera y apasionadamente sin saberlo. Cuchicheos y meteduras de patas y de manos a hurtadillas, lógicamente, para desfogar la llama de la pasión que les consumía al gusto, con poca sal por aquello de ser mala para la circulación, y la moral, aportándoles grandes gustos, intercambios culturales, y guturales, con y sin lenguas.

Ya en el puerto, que todo llega a su fin, menos la locura, supieron fingir alegres, aquellos minutos compartidos o hicieron una nueva representación mirando a cámara… para que la última imagen de las parejas antiguas quedara inmortalizada. Se habían citado clandestinamente para encontrarse al día siguiente en la cervecería del “Niño bonito” en el barrio de siempre y a la misma hora… pero todos a una como en Fuenteovejuna, obviamente sin el conocimiento de los otros dos… Qué pena que tengo que terminar aquí. Ahora que venía lo mejor… Lo siento, es la imaginación la que debe contarte lo que no harán mis palabras, yo tengo que zarpar.

Gracias por navegar con nosotros. El próximo crucero has de pagar billete, majo.

                                                                  FIN…
DEL VIAJE, Y DOS FAMILIAS ROTAS POR “CAPRICHO DEL DESTINO”… ASÍ SE LLAMA EL BARCO, O SEA YO. ¿Quién crees que ha contado la historia?...

Ángel C. T. ©2105

2 comentarios:

  1. Un magnífico relato sobre los encuentros-desencuentros, las relaciones humanas, las tentaciones de la mente y el cuerpo, todo en vacaciones en el mar, navegando en un inmenso barco que es como una ciudad entera, pero más laberíntica.
    Otra cosa son los barquitos pequeñitos, esos de remos, que navegan junto a la costa y a veces encuentras lo más inesperado.

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    1. Sí, Manolo, cierto es que esos barquitos que navegan con remos son muy tranquilos y confiables. Gracias por navegar ahora en esta nubecita sin remos pero con gafitas.

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