Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

12 dic 2016

NO IBAN EN AUTO, IBAN EN PRIMERA CLASE

-Por favor, todo el mundo a su sitio-dijo la que llevaba la voz cantante.

La autoimportancia, se sentó tres lugares por delante de la autoestima:
-Yo no me siento cerca de ésa. Cuanto más lejos estemos, mejor. No quiero que se me pegue su expresión de “todo está bien cómo está” y su buen conformar.

La autoestima que la escuchó, pues era imposible no hacerlo, ya que hablaba a voz en grito, exclamó:

-Apriétate bien el cinturón, por si tú misma te haces caer. Puede que estés muy confiada y no encuentres a nadie esperándote para que te sostenga después.

El autoengaño, echando para atrás el respaldo de su asiento, sonrió sarcástico, a su lado, pensando que la cosa no iba con él pero todo estaba por ver. Mientras, la autocomplacencia, desde aquello que no era un tren, contemplaba con qué placidez un precioso gato disfrutaba del soleado día, en el alféizar de una ventana.

-¡Oh qué maravilloso espectáculo!- Exclamó.
-¡A ver!-Dijeron todos a una, incorporándose en sus asientos.

Y después de la primera clase, vinieron muchas más, en fila india y con ganas de enseñar a todo “auto” dispuesto a aprender algo.

(Clases los días lectivos, consultar horarios y honorarios)

Ángeles Córdoba Tordesillas ©


Fotografía hecha con estas gafitas que Dios me ha dado. 

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