Desde mi nube y con gafitas

“Érase una vez un Ángel que del Cielo quiso bajar a la Tierra para experimentar lo que era ser humano. Adoptó la forma de mujer. Sólo bajó con lo puesto… unas preciosas gafitas que Dios le había regalado y una nube pequeña, desde donde miraba cada día todo lo que sucedía entre el Cielo y la Tierra. Sólo a través de esas gafitas podía ver nítidamente el mundo y a las personas que vivían en él. Sin ellas se sentía desorientada, perdida, pues todo se volvía invisible e incluso ella misma, ya que ni siquiera podía percibir su propio cuerpo. Esta historia está contada por ese ángel que, a través de la narración de sus peculiares observaciones, intenta representar el mundo que ve.”

Un día agarré mi media nube y mis gafitas (esas que Dios me ha dado) y fui a vivir a un lugar indeterminado entre la metáfora y el surrealismo. Desde entonces, estoy pagando la hipoteca con poemas, cuentos, relatos, novelas, dibujos, pinturas, fotografías… ¡canela fina! y otras especias.

Poco a poco o mucho a mucho, dependiendo del día, estado de ánimo y condiciones atmosféricas, suministraré género del bueno, fabricado a mano, con amor, humor y pasión.

Porque te quiero. Porque todo lo que hago es pensando en ti y con el corazón… de la única forma que sé vivir. Y estoy en ello, dispuesta a seguir haciéndolo con muchas ganas, para que tú lo puedas disfrutar. Ojalá sea así.

2 dic 2016

ORGULLO Y PERJUICIO

Ella-…Tú dijiste que eso no era prosperar.
Él-¿Cuándo dije yo eso? ¿En qué año? ¿A qué hora?
Ella-Posiblemente un martes y trece de junio del 3915, a las cuatro menos cuarto de la tarde o a las quince cuarenta y cinco. ¡Ya ves tú… voy a recordarlo ahora!
Él-Con esa precisión de datos, que me dejan noqueado, ni discutirlo puedo, porque mi memoria no da para tanto. Sólo para recordar la lista de la compra y el día del cumpleaños del Rey. Entonces puede que sea cierto, ¿qué quieres que te diga?
Ella-Nada, que luego me lo creo.
Él-Conchita, prefiero ir con Chita al supermercado a quedarme contigo, para evitar desacuerdos que los dientes los tengo postizos y no pronuncio bien las “erres” de rencores.
Ella-Como quieras. Aquí te dejo, en el hueco de la escalera, la bolsa para los congelados. Ya te dirá la mona las marcas que suelo comprar, que también las sabe de memoria, y no son las blancas. Yo iré preparando la ensalada con queso de Burgos, y aceitunas negras, y poniendo la mesa. No tardéis poco, por favor. Estoy lista para todo menos para un infarto de “medio lado”.
Él-No te preocupes. Antes de que tus tripas suenen tres veces, no estaremos de vuelta. O usaremos la excusa del tabaco, aunque ya esté demasiado trillada, y ella no fume.
Ella-Ay, Señor, y todo por no pedir una disculpa a tiempo, a pesar de darte cuenta de que no tienes razón. Ahora, eso sí, la mona te sigue la corriente que da gusto.

Ángeles Córdoba Tordesillas ©


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