A pesar de la inocencia de su nombre y de que creía en las segundas oportunidades, ella, no era fácil de satisfacer.
Con todo ese despliegue de medios para conquistarla, ese pavito real era bastante torpe, inmaduro, en cuestiones sentimentales. Había nacido en Aranjuez, cerca de los Jardines del Príncipe, pero no, ése no era un motivo suficiente para mirar por encima de las alas a nadie. A Inocencia le gustaban las aves sencillas. Venidas de otros mundos o del suyo propio pero con garantía de devolución.
-Hacedme sitio que paso- Decía, hinchando las plumas y prácticamente ocupando todo el espacio suministrado por el Ayuntamiento. “¡Pero qué se habrá creído este pavo!”, decían los demás.
-Mira Gervasio, yo entiendo que tú tengas muchos metros cúbicos de corazón, y me lo has demostrado más de una vez, y que te guste expresar tres opiniones al día, entre café y café, pero los demás también tenemos derecho a ser el centro de nuestro universo. ¿Puedes comprender esto tan sencillo?
-Mi inconsciente intelectual me permite eso, y más, que no me da la gana comprender, porque soy inmaduro emocionalmente. Me extrajeron el apéndice en el extranjero, cuando era muy pequeño, y no me lo devolvieron. Lo abandonaron allí, a su suerte. Eso me marcó a fuego, lento, y desde entonces mi frustración ha ido en aumento.
-De acuerdo, pero tú hazte cargo de que nadie tiene porqué comprender eso. Todos tenemos nuestros problemas, organismos oficiales, y un pasado turbulento.
-Me parece muy bien y lo lamento, al mismo tiempo, pero yo no soy responsable de nada de eso. He nacido con estrella y nadie conseguirá que me estrelle. Déjame de monsergas, Inocencia, por mucho que me quieras… Y no me entretengas más, que voy a tomar mi sesión de rayos UVA en la UVI solar. Si me quieres bien y si no, también.
-Ve con Dios, pues. Y sigue pavoneándote a tus anchas y largas. Ya te iré a ver un día de estos, si no tengo nada mejor que hacer... que lo tendré.
Ángeles Córdoba Tordesillas © 2013